SUJETOS A LA FE
Memoria y demografía de un pueblo de
Indios
Santa Inés Ahuatempan: 1803-1850
INTRODUCCIÓN:
El historiador está convencido de la capacidad que tiene para
recuperar el pasado y la mejor forma de guardar constancia de él es depositarlo
en una hoja de papel, como quien coloca un tesoro en un cofre o mejor aún, en
una caja de seguridad, con la diferencia de que el historiador sólo utiliza el
papel como un medio para no olvidar lo que sabe del pasado y más tarde lo usa
como vehículo para darlo a conocer a otras personas. La
construcción del relato histórico es válido, en la medida que representa y
difunde una verdad o mejor dicho, una de tantas posibilidades para llegar a
ella. En consecuencia, la Historia posibilita
un campo de experimentación capaz de actualizar el sentido de un texto
formulado en el pasado.[1]
Ahora bien, ¿qué importancia tiene comprender lo acaecido en otro tiempo? Al
invertir los papeles y trasladar desde
el presente inquietudes hacia el pasado, el investigador recobra
el “sentido” que inspira a una colectividad: vivir de determinada forma
y así dar respuesta al por qué el ser humano es o ha dejado de ser. Por lo
tanto, la búsqueda histórica del sentido, no es más que la búsqueda de sí mismo
y de su relación con el mundo que le rodea. De ahí que cada investigador elija
desarrollar un tema y de acuerdo a sus intereses, se dé a la tarea de rescatar del
olvido, hechos que a simple vista parecían no existir; encontrando eslabones
entre el pasado y el presente.
Hablemos un poco del arte de escribir.
Recuerdan el viejo refrán popular que dice: “las palabras se las lleva el
viento”. Pues en efecto, los historiadores saben lo importante que es depositar
los resultados de sus investigaciones en una hoja de papel. Porque de otro
modo, llegará el momento en que todos olviden lo que sucedió. Cualquier persona
ajena a la disciplina se sorprenderá de tal afirmación y se preguntará ¿qué hay
de especial en escribir sobre una hoja en blanco? Para el historiador lo es
todo, el solo hecho de utilizar la página, implica ya, la posibilidad de dar
cabida a un tiempo nuevo. Que se materializa al construir frases; oraciones que
dan lugar a cuartillas y más tarde a un cuerpo ordenado de ideas. En última
instancia, la página en blanco se convierte en un espacio donde la ausencia y
el recuerdo conviven; ambos en espera de hacer acto de presencia, develando
secretos a cuanto lector les permita hablar. Es entonces, cuando las palabras
se convierten en la única posibilidad de aferrarse al mundo de los vivos. Ecos
distantes que reproducen una y otra vez, gritos de ayuda. La Historia se transforma así en verdades a
medias, inacabadas, donde las palabras alimentan el espíritu del hombre que
logra apropiarse de esporádicos reflejos de luz que de ellas emana. Las frases
se convierten en bellos cantos que tarde o temprano se volverán ideologías y
que para bien o para mal, darán sus frutos.[2]
Para algunas disciplinas hacer Historia equivale a perder tiempo
y dinero. Malgastado en torres de libros, tazas de café y objetos viejos. Sin embargo, para quien ha dedicado los
mejores años de su vida a esta noble empresa, sabe que el historiador emprende
una carrera contra el tiempo, que no perdona, diluyendo todo cuanto está a su paso; incluyendo la memoria
de los hombres. Al no existir rastro de lo que ha padecido, emprende guerras
sin fundamento causando dolor a otros. A estas acciones el historiador responde
y al escribir, existe en sus manos la posibilidad de crear un espacio en el que
conviven los que ya partieron, porque han muerto dejándonos sus anhelos y
sueños y por el otro, los vivos, que están ansiosos de comerse a bocanadas el
mundo. Dos entes, dos realidades, pero un solo objetivo: encontrar el
equilibrio en nuestra forma de vivir.
[1] Cuando hago alusión a esto, no me
refiero al formato en el que encontramos dicho pasado, es decir, el documento-
sino al poder que el historiador tiene para hacer del pasado un tema de
interés. Véase, Michel de Certeau, Capítulo III. “La inversión de lo pensable”
en: La Escritura de la Historia. Dicha
lectura sirvió como punto de partida para desarrollar éste apartado. Si el
lector se siente atraído por el tema y decide consultar alguna de las numerosas
traducciones que existen del texto original, se percatará que el tema central
está enfocado en la historia religiosa del siglo XVII. Subrayo esto para evitar
que el lector se sienta engañado, pues
la obra está compuesta de tal forma que hay un discurso evidente y otro oculto
-que hay que descubrir-. Esta última parte, a mi parecer, es la más importante,
porque aborda las tres cualidades del historiador: la investigación, el proceso
de interpretación y finalmente, la escritura.
[2] Es una forma alegórica de decir que
el trabajo del historiador nunca termina, porque lo que se escribe en otro
tiempo, servirá a nuevos investigadores
en sus pesquisas. Además, cuando escribimos, desconocemos el impacto que
nuestras palabras producen en las personas. Lo cierto es que al redactar, damos
cabida a cosas que habían estado en el olvido. Corcuera de Mancera, Sonia, Voces y silencios en la Historia. Siglos XIX
y XX, FCE, México, 3era. Impresión, México, 2005.
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