los obreros textiles de santa rosa
y la revolución
“introducción”
A partir de los inicios de la
industrialización en el país, en los años cuarenta del siglo XIX, los
trabajadores textiles fueron sin duda el grupo más numeroso del naciente
proletariado fabril. Durante el periodo del Porfiriato, gracias a la expansión y
modernización que experimentó la industria del algodón, acrecentaron la
relevancia de su contingente. Ciertamente eran una exigua minoría en un país
prevalentemente agrario y plagado de talleres artesanales. Aun así, dado que
sus grupos más compactos y significativos se concentraban en la zona
centro-oriental del país, muy cercana y bien comunicada con la ciudad de México
el centro nervioso más sensible de la política nacional, su presencia y sus
movilizaciones adquirieron una mayor resonancia de la que pudiera esperarse de
su escaso peso numérico. Además por la fuerza económica que poseían las grandes
sociedades anónimas, que estaba detrás de las factorías más importantes, la importancia
del negocio del algodón y las disonancias de sus trabajadores nunca fueron aspectos
y episodios menores en el acontecer de esa época.
Uno de los sectores de
la nueva industria textil, que destacaría en el mundo fabril del Porfiriato,
fue el representado por las grandes y medianas fábricas establecidas en el estrecho
y lluvioso valle de Orizaba, ubicado al pie de las montañas de la Sierra Madre
Oriental, en el estado de Veracruz. En esta región ocurrió uno de los procesos
más concentrados y destilados del desarrollo industrial. Fue en el último
cuarto del siglo xix cuando se
combinaron un conjunto de condiciones para que las fuerzas productivas
industriales alcanzaran ahí un impresionante florecimiento. Aprovechando lo
mismo el Ferrocarril Mexicano, que atravesaba el valle desde 1873, que la
abundancia de corrientes de agua para generar energía, un grupo de
comerciantes-financieros franceses, establecieron dos grandes sociedades
anónimas. Como fruto de ello nacerían la fábrica Santa Rosa (1898) y la Río
Blanco (1892) imponentes por su dimensión e integración técnica. Aún trasplantadas
en Estados Unidos, por estos años, habrían sido de las grandes y
tecnológicamente de las más nuevas y modernas. La segunda de estas factorías
además integraría a su proceso y renovaría las fábricas de San Lorenzo,
Cerritos y la Cocolapan. Las fábricas de Orizaba cobraron fama de ser en su
conjunto las más modernas de México al iniciarse el siglo XX. Se merecían esta
reputación y la mantuvieron por un buen tiempo. Incluso después de que se abrió
Metepec, otro gigante textil, y el valle de Atlixco experimentó una expansión
notable de sus plantas, Orizaba continuaría considerándose el principal centro
textil regional.
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